MEGACEREBRO
CONTAMOS CON UNO PROPORCIONADO POR
Todo el conocimiento se encuentra almacenado de dos formas fundamentalmente distintas. Una parte de la reserva de conocimiento se encuentra dentro de nuestros cráneos. En cada uno de nosotros hay un almacén atestado e invisible lleno de conocimiento y de datos e informaciones que lo preceden. Pero, a diferencia de un almacén, también es un taller en el que, de continuo, nosotros mismos –o, más en concreto, la electroquímica de nuestro cerebro- cambiamos, sumamos, restamos, combinamos y reordenamos cifras, símbolos, palabras, imágenes y recuerdos, mezclándolos con emociones para formar nuevos pensamientos.
A medida que fluyen, dichos pensamientos pueden incluirlo todo, desde estadísticas (económicas) a ideas sobre nuestros clientes, el consejo de un amigo sobre nuestro swing en el tenis, imágenes de la cara de nuestra madre, la preocupación por un hijo enfermo o una fórmula técnica para mejorar un producto, todo ello intercalado con flashes del último partido de fútbol que vimos anoche en la televisión, fragmentos de un anuncio de coches o un borrador a medio redactar para un informe que ya deberíamos haber entregado. Individualmente, elementos tan dispares tal vez signifiquen poco, pero, reordenados, adquieren forma y mayor significado. A menudo se convierten en acciones que alteran decisiones importantes sobre nuestra vida, trabajo y riqueza personales. La preocupación por el hijo enfermo puede dificultar la concentración en el informe o impedir la cita con el cliente para jugar al tenis, mientras que la caída del precio de las acciones puede llevarnos a demorar la adquisición de un auto nuevo.
Inspeccionemos ese almacén y ese taller del conocimiento: nuestro cerebro. Sí pudiéramos encogernos hasta alcanzar unas nanodimensiones y pasear por el interior de ese espacio mental en cambio continuo, descubriríamos interminables hileras y pilas de datos y supuestos datos. Encontraríamos conceptos entrelazados o cuidadosamente superpuestos a otras apreciaciones y vinculados a otros conceptos.
En algún sitio encontraríamos todas nuestras opiniones, correctas o no, sobre la gente, el amor, el sexo, la naturaleza, el tiempo, el espacio, la religión, la política, la vida, la muerte y la causalidad. Escondida en alguna oscura y remota esquina, descubriríamos la gramática, los lenguajes que utilizamos, la lógica y las reglas que aplicamos para llegar a nuestra colección de significados y gestionarla.
Es un lugar activo y agitado que trabaja sin descanso, incluso mientras dormimos. Si bien una parte del conocimiento se está perdiendo de continuo, olvidando, mutando o volviéndose inútil, un nuevo conocimiento relevante para la riqueza mental se añade sin cesar. A eso lo llamamos, en conjunto, nuestra “reserva de conocimiento” personal.
¿Quieres saber a cuánto asciende esa reserva?
Hay más de seis mil millones de reservas de conocimiento personal de este tipo dando vueltas en la actualidad por el planeta, más que nunca en la historia humana. El planeta tiene alrededor de seis mil millones de habitantes, o sea, corresponde a la sumatoria de las reservas de conocimiento personales que existe en nuestros cerebros. El tuyo y el mío, incluidos. Constituye una cantidad de reserva de información y conocimiento enorme.
Pero la mayor cantidad de reserva de conocimiento del mundo se encuentra almacenada fuera del cerebro de los seres humanos. Es el conocimiento acumulado de todas las épocas, y de momento, almacenado externamente, al cerebro, en todo tipo de soportes, desde las paredes de las antiguas cavernas a los últimos pen drivers, discos duros y DVD.
Durante milenios, los seres humanos han dispuesto de medios muy limitados de transmisión del conocimiento de una a otra generación. Aparte de los relatos orales (contados y vueltos a contar en forma con progresiva imprecisión), la mayor parte del conocimiento desaparecía con la muerte de cada persona y de cada generación. El ritmo del cambio social y tecnológico en esas primeras sociedades humanas era tan lento que incluso los relatos precisos no hacían sino explicar la misma historia una y otra vez.
Hace treinta y cinco mil años se produjo un avance gigantesco, cuando un genio anónimo dibujó el primer pictograma o ideograma en una piedra o en la pared para recordar un acontecimiento, una persona o cosa; al hacerlo, comenzó a almacenar recuerdos no orales fuera del cerebro humano. Otro gran avance fue la invención de distintas formas de escritura. Milenios más tarde llegaron otros avances formidables, con la creación sucesiva de las “Bibliotecas”, la invención de la imprenta, que potenció la generación de los libros, la indexación y la impresión, que incrementaron la tasa de crecimiento del conocimiento de generación en generación.
En la actualidad, con la aparición de computadores cada vez más potentes, cada vez más páginas web y cada vez más medios, estamos generando y acumulando datos, información y conocimiento a velocidades sin precedentes. Para acomodarlos, en las últimas décadas hemos construido lo que es, en realidad, un inmenso megacerebro externo y adicional a nuestros seis mil millones de cerebros humanos personales.
Este MEGACEREBRO GLOBAL sigue siendo el de un bebé, incompleto, sin las conexiones adultas en su sitio:
En algún momento desconocido y crucial de la historia de la humanidad, la cantidad de conocimiento almacenado fuera de nuestros cerebros se tornó mayor que el almacenado dentro. Si hay algo que demuestre nuestra ignorancia sobre el conocimiento, es el hecho de que este cambio verdaderamente histórico para nuestra especie es desconocido, ha pasado desapercibido para la humanidad.
RECUERDA:
“SOMOS DIOSES EN ESTADO DE CRISÁLIDA”
TU CEREBRO + TUS DATOS, INFORMACIÓN, CONOCIMIENTO Y PROCESAMIENTO + INTERNET + TU RED DE AMIGOS = TU MEGACEREBRO.
RECOPILACIÓN
RÓMULO ELGUETA LAGOS
CAPACITADOR EN TIC’s
TRABAJADOR DEL CONOCIMIENTO